Wednesday, July 27, 2016

Felicidad

Pedro Juan Gutiérrez, Trilogía sucia de La Habana

Allí fui feliz. Sólo que nunca lo supe. Uno percibe la felicidad cuando se acaba.

Sunday, July 3, 2016

Luchar, ¿para qué?

Roberto Bolaño, 2666

¿Luchar contra quién? ¿Y para conseguir qué? ¿Más tiempo, una certeza, el vislumbre de algo esencial? Como si hubiera algo esencial en este pinche país, pensó, como si lo hubiera en este pinche planeta mamador de su propia verga. 


Thursday, March 31, 2016

les mots me vieillissent ou me font jaillir

ils me mêlent aux autres

ils liment nos solitudes

pour nous rejoindre


                             – Henri Meschonnic

Monday, March 28, 2016

PD: Que, de luto, llora

Subcomandante Marcos, "PD: Que, de luto, llora"

Estaba yo escuchando en la grabadorcita esa rola de Stephen Stills, del álbum Four Way Street, que dice: "Find the cost of freedom, buried in the ground. Mother Earth will swallow you. Lay your body down"


Cuando viene corriendo mi otro yo y me dice:


— Parece que te saliste con la tuya…


— ¿A poco ya cayó el PRI? ­ pregunto con esperanza.


— ¡N’ombre!… Te mataron ­dice mi otro yo.


— ¿A mí? ¿Cuándo? ¿Dónde? ­cuestiono mientras hago memoria de dónde he estado y lo que he hecho.


— Hoy, en un enfrentamiento… pero no dicen dónde mero­, responde.


— ¡Ah, bueno!… ¿Y quedé mal herido o mero muerto? ­insisto.


— Toditito muerto… así dicen las noticias ­dice mi otro yo y se va.


Un sollozo narcisista compite con los grillos.


— ¿Por qué lloras? ­pregunta Durito mientras enciende su pipa.


— Porque no podré asistir a mi entierro. Yo, que me amaba tanto…

Wednesday, March 23, 2016

Sobrescribir

Repentinamente, como si una mano invisible le inyectara un torrente de adrenalina, el ajado cincuentón tuvo deseos de escribir. No sabía qué, dónde o para qué escribiría, pero necesitaba hacerlo. Jalado por este impulso llegó a detenerse y sacar de su maleta el cuaderno que recién había comprado: se veía tan nuevo e inmaculado que utilizarlo para escribir reflexiones prosaicas, por no decir pueriles, le pareció todo un desperdicio, casi un sacrilegio. Titubeó, reflexionó, divagó. Dudó en atreverse a desacralizar la pureza de su novel adquisición. Pero dudó, ante todo, de embarcarse en un ejercicio escritural sin objetivo que eventualmente se tornase en algo superfluo. Entonces decidió no escribir. En un rápido movimiento, consecuencia más del frío que entumecía sus manos que de la exhibición de portentosos reflejos o habilidades, nuestro buen hombre guardó su cuaderno de notas en la maleta cruzada que llevaba consigo y siguió su camino.  

Era una noche fría como tantas otras en ese invierno: poca gente en la calle, rostros reservados y negocios varios que daban la impresión de estar cerrados. Mientras caminaba, se fijó en tres o cuatro transeúntes –hombres y mujeres por igual– que, por falta de otra expresión más adecuada, exudaban belleza y encanto. Quiso hacer algo: parar, hablarles, decirles gentil y respetuosamente que no podía dejar de apreciar sus ojos, sus labios, incluso su cuerpo, ese cuerpo escondido por las múltiples y variopintas capas de ropa tan necesarias para estas crueles temperaturas. Como podremos imaginar, nada hizo. No era del tipo tímido aquel hombre; nunca lo había sido y ya entrado en la adultez tenía aún más razones para no serlo. Pero no hay duda, y en eso coincidiremos muchos, de que una cosa es no ser tímido y otra, ya muy distinta, es pararse en medio de la acera para abordar repentinamente a un desconocido cualquiera con el único y explícito fin de alabar sus atributos. 
Al doblar a la izquierda para tomar una de las calles que solía frecuentar durante sus paseos por la ciudad, sintió en su pecho una especie de opresión. No era, sin embargo, una sensación angustiosa. Se trataba más bien de una extraña emoción, un impulso productivo muy parecido al que hacía unos minutos lo había invadido. Supo entonces que no podía aplazar más lo inevitable: tenía que escribir, ¡debía hacerlo cuanto antes! Recordó aquel café, ese lugar ligeramente místico que parecía guardar y fundir en una sola atmósfera fragmentos de todos y cada uno de los clientes que constantemente lo visitaban. Acelerando el paso, el hombre se dirigió hacia allí y en menos tiempo del que había podido imaginar se encontró en la barra pidiendo un vaso de cerveza rubia (su predilecta). Solo pensaba en no dar más dilación a la escritura así que maniobró torpemente para sacar el dinero de su bolsillo y pagar. 

De que nuestro cincuentón había olvidado tomar el cambio solo se dio cuenta la barman, quien intentó llamarlo inútilmente. El hombre estaba tan absorto buscando su cuaderno que nada escuchó. Se acomodó en una de las dos mesas que quedaban libres y dejó que su corazón y su cuerpo entero se desaceleraran. Justo en ese instante, ya sentado y mirando a su alrededor, notó que no sabía qué debía o quería escribir. Su deseo fue tan intenso que en lo único en que había reparado era en la fuerte necesidad de plasmar algo en un papel. Pero nunca, o como diríamos, jamás de los jamases, pensó en las palabras concretas o en la temática específica de aquello que escribiría. Titubeó, reflexionó, divagó… durante dos segundos. Y escribió: comenzó a escribir sobre aquella noche en que un fuerte impulso lo llevó a sentarse a escribir en un café.  

Tuesday, March 15, 2016

Canción cubana

Guillermo Cabrera Infante, Exorcismos de estilo

¡Ay, José, así no se puede!

¡Ay, José, así no sé!

¡Ay, José, así no!

¡Ay, José, así!

¡Ay, José!

¡Ay!

Thursday, October 8, 2015

Filiación soberana

César Mario Gómez Montañez, La comunidad del naciente. Por una biopolítica afirmativa del exceso

Tenemos demasiado arraigado, aún, un modelo de familia fundado en la soberanía (...) El naciente, apropiado en su entrada a la vida bajo un modelo soberano, mantendrá en él la tensión de éste y favorecerá, por tanto, su vinculación afectivoemocional con regímenes de tal tipo. En este modelo de familia, lo que opera es la conjura sistemática de un naciente, con toda su singularidad, por medio de una operación de apropiación. Se establece una concepción de propiedad que rearticula al naciente en una nueva categoría semántica: el hijo. Parafraseando ciertos modelos retóricos, ‘ahí donde se encara un naciente, este debe devenir mi hijo’. En esta figura de paternidad, fundada en la identificación y en cierta ‘realización’ del padre a través del hijo podemos comprender la conjura de la diferencia.

En otras palabras, el hijo adquiere la condición de ser en potencia, pero en el que tal potencia pre-existe y lo predetermina. (...) Esta es la conjura que supone la figura del hijo propio. La preexistencia como potencia hace del hijo una imagen a realizar. El modelo soberano, resuelve las tensiones de singularidad por una adecuación simétrica a la imagen del hijo. Un naciente deviene este hijo como imagen. La identificación se inaugura como un proceso de adecuación a una imagen, que no es otra cosa que el mito del hijo –como cuando hablamos del mito de la comunidad que se supone acabada o realizada–. Por ello se trata de una simetría entre el padre y el hijo. La asimetría del hecho problemático del naciente como pura potencia a individuaciones sucesivas, es relevada por una simetría, correspondiente con un modelo hilemórfico de la identidad, en la que el individuo se adecua paulatinamente a su forma, a la imagen que de él tiene el padre. No se nace hijo, se hace hijo, se le produce, se le apropia por una técnica específica de adecuación e imagen. Violencia hilemórfica sobre el devenir del ser".

Gómez Montañez, César Mario. 2010. La comunidad del naciente. Por una biopolítica afirmativa del exceso. Tesis de Maestría, Departamento de Filosofía, Pontificia Universidad Javeriana.